Empezaré diciendo que tengo a Christopher Nolan en un pedestal. Desde El truco final hasta El caballero oscuro, pasando por Origen o Dunkerque, me rindo ante el particular sello que imprime a sus superproducciones sesudas y afiladas: tramas enrevesadas, fotografía gloriosa, partituras atronadoras, interiores elegantes y protagonistas misteriosos y torturados. Sin embargo, estos encantos arrolladores casi siempre van acompañadas de lo que considero el talón de Aquiles del autor: su tendencia a poblar sus películas con personajes femeninos muy poco desarrollados.
Podría decirse que hay un par de excepciones, como las científicas de la NASA que interpretan Anne Hathaway y Jessica Chastain en Interstellar, aunque ellas también vienen definidas en gran medida por su relación con los hombres del filme. Más allá de eso, su obra es un auténtico páramo de mujeres insustanciales cuyo único propósito es servir de motivación a los personajes masculinos: esposas muertas (Jorja Fox en Memento; Piper Perabo y Rebecca Hall en El truco final; Marion Cotillard en Origen, la mujer del personaje de Matthew McConaughey en Interstellar); amores muertos (Lucy Russell en Following, Maggie Gyllenhaal en El caballero oscuro); adolescentes asesinadas (Crystal Lowe en Insomnia); mujeres que necesitan desesperadamente que alguien las rescate (Katie Holmes en Batman Begins, Elizabeth Debicki en Tenet); villanas, de nuevo, muertas (Marion Cotillard en El caballero oscuro: La leyenda renace, Dimple Kapadia en Tenet); y secundarias pizpiretas (Hilary Swank en Insomnia, Scarlett Johansson en El truco final, Elliot Page en Origen, Anne Hathaway en El caballero oscuro: La leyenda renace). Y luego está Dunkerque, donde, por supuesto, no aparece ningún personaje femenino.
Por eso, cuando saltó la alentadora noticia de que el próximo espectáculo deslumbrante de Nolan, Oppenheimer –un biopic sobre J. Robert Oppenheimer, el inventor de la bomba atómica– contaría con dos papeles femeninos destacados –su esposa, la bióloga y botánica Kitty, interpretada por Emily Blunt, y Florence Pugh como su antigua amante, la psiquiatra Jean Tatlock–, me cargué de expectativas. Naturalmente, la atención seguiría centrada en el físico teórico titular (en manos del formidable Cillian Murphy) mientras lidiaba con el legado de su creación histórica, rodeado de un grupo de científicos, generales y políticos encarnados por figuras de la talla de Matt Damon, Robert Downey Jr., Josh Hartnett, Casey Affleck, Rami Malek, Kenneth Branagh y Gary Oldman. Pero yo esperaba que estas dos veneradas damas de la escena británica, recién llegadas al universo de Nolan, también tuvieran la oportunidad de dejar su huella en él.
Lamentablemente, no se les da suficiente espacio para ello, relegadas a la periferia en todos los sentidos. En primer lugar, está la Kitty de Blunt, que cuando aparece por primera vez en pantalla no es más que un borrón impecablemente vestido de labios rojos que acecha en una esquina por encima del hombro de Oppenheimer mientras este contesta en la auditoría de seguridad que se le hizo en 1954. A pesar de que, según todos los datos que hay de ella, se trataba de una mujer inteligentísima y fascinante, se nos presenta en un flashback como una borrachuza un poco boba y provocativa, definida en relación con dos hombres: Oppenheimer, por el que obviamente se siente atraída, y su marido de entonces. Más tarde, el monólogo en el que condensa su biografía hasta la fecha se centra en sus tres matrimonios anteriores, incluido el de Joseph Dallet, quien la llevó a afiliarse al Partido Comunista, vinculación que acabaría perjudicando a Oppenheimer.